3/6/11

Hace setenta años Kane susurró «rosebud»

"Era un maestro en encontrar nuevas maneras de ver cosas que otros no habían visto en absoluto" Gore Vidal
Orson Welles como Charles Foster Kane en la película Citizen Kane de 1941.fotos.fuente:ciudadviva.gov.co

Esta rosa fue testigo...

Leon de Greiff


Vemos en primer plano los labios de un moribundo que susurra la palabra «rosebud» (botón de rosa), mientras su brazo izquierdo se desgonza, su mano se afloja y deja caer una bola de cristal que tiene dentro una casita en medio de falsa nieve que flota. Al oír el impacto de la bola contra el suelo, una enfermera que está en el cuarto contiguo entra apresurada y su llegada se ve reflejada en la bola de cristal: acaba de morir Charles Foster Kane, el magnate de la prensa de Estados Unidos. Es el comienzo de la película Citizen Kane, dirigida y actuada por un genio de 26 años llamado Orson Welles.

Welles comenzó siendo mago a los doce años, y en su última película, F for Fake, apareció como tal. En ocasiones sus asistentes fueron Marlene Dietrich (una de sus actrices preferidas) y Rita Hayworth (una de sus esposas preferidas). De mago pasó a hacer teatro, al que llamaba «un delicioso anacronismo». Fundó su propia compañía, Mercury, con la que alcanzó notoriedad. Pero su fama se expandió en 1938 cuando hizo creer a la audiencia radial estadounidense que los marcianos habían aterrizado en la soporífera Nueva Jersey. Welles había adaptado La guerra de los mundos de H. G. Wells con realismo tal que hubo escenas de pánico en la ciudad.

La radio le sirvió de trampolín para saltar al cine y su primera película fue producida precisamente por RKO Radio, que le concedió una libertad no usual para un principiante: además de director sería productor, podría participar en el guión y dirigir la edición. Sin embargo le dieron más libertad que plata, lo que le sirvió para aguzar su inventiva y sustituir ingeniosamente ciertos decorados con simples maquetas; hacía sentir la vastedad de unos ambientes, que dejaba sin iluminar, con efectos de eco aprendidos de la radio; usaba repetidamente los flashbacks, e incluso imitaba las viejas películas documentales o de noticieros lijando los negativos nuevos de manera que las rayas causaran el efecto de desgaste del tiempo.


El actor español Francisco Reiguera (refugiado en México) en el papel de Don Quijote

A pesar de que Citizen Kane fue su primera película, Welles demostró saber moverse como un conocedor en los meandros de Hollywood: exigió como director de fotografía a Gregg Toland, el mejor y más caro de su época. Como guionista escogió a Herman J. Mankiewicz, cuya principal credencial era haber sido uno de los diecisiete escritores —sin crédito— que trabajaron en el guión de El mago de Oz. Pero Welles, gran lector, recordaba haber gozado de estupendas críticas firmadas por él, aparecidas en revistas de su predilección como The New Yorker.

Aunque Welles siempre lo negó, su película Citizen Kane (apellido que en inglés suena como Caín) reflejaba la vida de William Randolph Hearst, dueño de treinta diarios y quince revistas. Las publicaciones de Hearst eran amarillistas (en ellas se originó el término) y, aunque a veces contrataba excelentes periodistas como Jack London, en realidad no estaban interesadas en la calidad de los contenidos sino en vender la mayor cantidad posible de periódicos. De Hearst se dice que en 1898 azuzó a los Estados Unidos para que entrara en guerra contra España, con el pretexto de ayudar a la liberación de Cuba, recurriendo a la explosión del Maine — un buque de bandera estadounidense anclado en el puerto de La Habana— a manera de justificación para iniciar la guerra, aun cuando muchos aseguran que la explosión fue provocada por los mismos norteamericanos.

A Hearst se le atribuye el concepto de que si no hay noticias hay que crearlas. Hearst, casado con Millicent Veronica Willson, sostuvo durante treinta años una relación amorosa fuera del matrimonio con la bella pero mediocre actriz Marion Cecilia Davies, cuya película más conocida fue Cecilia of the Pink Roses, filmada en 1918. Davies había empezado bailando con las famosas Ziegfeld Follies, de donde brincó al cine, medio en el que fue muy conocida sobre todo durante el período silente gracias a la cadena Hearst. Sin embargo, su carrera —no muy brillante pero constante— se vio en peligro con la inminente llegada del cine sonoro; a Hearst le preocupaba la tendencia de Marion a tartamudear, un tropiezo molesto para actores, reyes y presidentes. Pero ni siquiera toda la fuerza de las publicaciones de su amante logró que la carrera de la Davies fuera realmente triunfal.

En Citizen Kane, Susan Alexander, el amor de Kane, no es mediocre actriz sino anodina cantante de ópera. Pese a la desesperación de su maestro italiano de canto, Kane elogia la voz de Susan, le hace construir su propio teatro y le paga el montaje de óperas. Ni los trabajadores tras bambalinas —empleados del magnate periodista— la toman en serio. Como se ve, las coincidencias eran muchas pero no alcanzaban a justificar la inquina de Hearst contra la película.


DVD de la película Citizen Kane, dirigida y protagonizada por Orson Welles.

A pesar de la élite de talentos y de las nueve nominaciones, el único Oscar que recibió Citizen Kane fue por el guion, en cabeza de Mankiewicz y Welles. Aunque hay quienes dudan de la participación real de este último en el guion, aparte de las indicaciones que un director le suele hacer a su guionista. Y si en general a la gente no le gustó la película —no triunfó en las taquillas—, no fue solo por la tenaz campaña de desprestigio que contra ella orquestó Hearst, sino por la novedad y complejidad del lenguaje de la obra misma. (Algo similar a lo que en un principio les sucedió, en el campo literario, a Proust y a Joyce al publicar obras que eran verdaderamente revolucionarias en su forma.)

Citizen Kane se tradujo en algunos países de habla hispana como Ciudadano Kane. En Colombia se presentó como El ciudadano, y cuando en Medellín la estrenaron en el teatro Junín apenas si duró un día y la vieron contadas personas que salieron descontentas. Lo que es comprensible. La película era difícil de entender para los aficionados de principio de los cuarenta, acostumbrados a narraciones lineales, así como a temas predecibles, conservadores y convencionales. Este filme es considerado por muchos —pónganme en la lista— como el más importante de toda la historia del cine. Si a algunos de los que la ven ahora no les parece novedosa, es porque han pasado setenta años y sus aportes han sido tan saqueados que parece que quienes tuvieron inventiva fueron los imitadores, no el creador. Pauline Kael, colaboradora del New Yorker y tal vez la mejor crítica de cine de los Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XX, decía que era «la única película americana del cine parlante que no había envejecido».


Era un maestro en encontrar nuevas maneras de ver cosas que otros no habían visto en absoluto.
Gore Vidal

Bohemio y desorganizado, Welles saltaba de un proyecto a otro, dejando el anterior a medio hacer. Era muy irregular también editando sus obras; sostenía que el montaje era infinito, lo que va en contravía de las necesidades comerciales de los productores, que desean terminar su película para empezar a recuperar la inversión. Muchos de sus filmes le fueron prácticamente arrebatados antes de que los finalizara (entre ellos, uno de los más interesantes, The Magnificent Ambersons), con la afortunada excepción de Citizen Kane.

Hombre culto y gran lector, sus autores preferidos era Michel de Montaigne y Cervantes. Trabajó catorce años en una versión personal del Quijote, sin llegar a terminarla. Encontró el actor perfecto en Paco Reiguera, un refugiado español residente en México que había participado en 127 películas, incluyendo una versión de La vorágine filmada en 1949. Pero se demoró tanto en el rodaje (catorce años) que, cuando empezó, la Dulcinea del Toboso (Patricia McCormack) era una niña de nueve años, y al volver a retomar la filmación, once años más tarde, la actriz ya era toda una mujer de veinte años. Y las imágenes, naturalmente, no casaban.

Se dice que Welles influyó en películas en las que apenas era actor, como El tercer hombre, con guion de Graham Greene y dirección de Carol Reed. Él siempre lo negó, aunque un crítico de la época dijo que esa película hubiera tenido una forma completamente diferente sin el antecedente de Citizen Kane. Su único aporte comprobado a esta película es un delicioso diálogo, al pie de una rueda de Chicago, con su amigo y perseguidor, a quien le expresa que

En Italia, durante treinta años bajo los Borgia, tuvieron guerras, terror, asesinatos, baños de sangre, pero produjeron a Miguel Ángel, Leonardo da Vinci y el Renacimiento. En Suiza, mientras tanto, gozaron de amor fraternal; tuvieron quinientos años de democracia y paz, ¿y qué produjeron? El reloj cucú.

Aparentemente perfecta, Citizen Kane no deja de tener sus fallas, y el crédito de haberlas descubierto se lo lleva la crítica Pauline Kael. Al principio de la película se proyecta un documental que resume la vida del tycoon. Quienes lo deben aprobar consideran que le falta algo —sin saber muy bien qué—, algo que diferencie ese obituario filmado de las demás notas que van a pulular. Y a uno de los presentes se le ocurre que lo mejor sería investigar qué quiso decir Kane al murmurar «rosebud» antes de morir. Anota la Kael que cuando el magnate muere no había nadie en la habitación, y por lo tanto ninguna persona pudo haber oído la famosa palabra. Y agrega que el periodista que hace la investigación (para un documental de cine) va a todas partes sin camarógrafo. De todas maneras, el reportero no encuentra a nadie que le ayude a desentrañar el significado de la palabra «rosebud».

Al principio de la película se ve a un Kane niño deslizándose en un trineo por una colina cubierta de nieve. Y la toma final muestra el mismo trineo arrojado al fuego a manera de laico auto de fe, en el que queman cosas viejas o inútiles, como aquel trineo de la niñez que sin embargo quiso conservar toda su vida. La cámara se acerca con cautela al trineo que arde y en la parte superior se alcanza a leer a través de las llamas una palabra cuya pintura se va disolviendo y se desvanece lentamente como quien va muriendo: «Rosebud».

Gore Vidal, en artículo titulado «Recordando a Orson Welles», que apareció en junio de 1989 en The New York Review of Books, al referirse a «rosebud» recuerda que el trineo chamuscado lo compró Spielberg en una subasta por 55.000 dólares, y da su personal versión de lo que «rosebud» quería decir: «En la vida real, Hearst llamaba así al clítoris de su amante, Marion Davies».

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