14/12/09

Cameron refunda el cine fantástico

UNA NUEVA FORMA DE HACER PELÍCULAS
Avatar se perfila como el primer filme que justifica las 3D y marca senda al género. La película vuelve ridícula la posibilidad de la descarga de internet
La película es un fabuloso relato a caballo entre lo heroico y lo mesiánico / 20th Century Fox

En 1977, La guerra de las galaxias, de George Lucas, cambió para siempre el cine fantástico y también el cine concebido como prodigio (a lo Cecil B. De Mille), como evento único, irrepetible en formato doméstico. Todo lo que vino después era deudor de aquella space opera naif y ecuménica, como toda la ciencia ficción posterior a 1979 bebía del canon fijado por dos películas de Ridley Scott, Alien y Blade Runner. Hay películas que, sin juzgar su calidad, fijan un hito y condicionan a los cineastas que las suceden. Pasó hace una década con Matrix (1999), de los hermanos Wachowski, que estrujaron el cerebro del público con el primer juego de realidad virtual - con permiso de Tron (1982), de Steven Lisberger-, que ponía al día el cine high tech y marcaba nuevas pautas para la acción y los efectos especiales. Y eso justamente ha querido hacer James Cameron con Avatar - que se estrena el viernes-,su esperado regreso al cine de ficción tras doce años de pintorescos documentales de investigación y otras ocupaciones igual de inauditas.
El que se coronó rey del mundo con Titanic (1997) y sus once Oscar aspira ahora a convertirse en dios absoluto de la ficción fantástica y del cine de masas. Porque Avatar es la primera película que emplea las 3D como un instrumento indispensable para el viaje que propone y, desde hoy, argumento comodín para explicar a un lego por qué el cine se ve mejor en el cine. Este cine, al menos. Avatar, en sentido estricto, no es la primera película 3D pero en realidad sí lo es. De hecho, la desacomplejada imaginería que ha pergeñado Cameron recupera para las salas esa virtud que los equipos de audio y vídeo domésticos le cuestionaban: la de su origen como barraca de feria, sala donde se convocan portentos que sólo asombran los ojos de quien esté dispuesto a pagar por pasar hora y media a oscuras.

En este sentido, y como vaticinaba hace un año el presidente de Dreamworks, Jeffrey Katzenberg, durante su visita a España, Cameron ha enviado una señal y un salvavidas a las industrias de la exhibición y la distribución, porque Avatar vuelve ridícula la posibilidad de la descarga de internet y somete al espectador a las nuevas reglas del fantástico: diez euros por butaca y gafas polarizadas son los requisitos para disfrutar de la película en todo su esplendor.

Pero Avatar no es sólo una montaña rusa visual. Como en el caso del Star wars original, la historia que ha escrito Cameron es un relato a caballo entre lo heroico y lo mesiánico de riguroso sometimiento al canon aventurero. No hay complejidad moral; los buenos son de noble corazón y el héroe ha de hallar en su interior la determinación para elevarse sobre el destino de los demás mortales; y los malos son planos como un televisor de última generación. El argumento bien podría hablar de hombres blancos que intentan sacar de su hogar a un puñado de indios americanos para construir un ferrocarril hacia el oeste, o de ejecutivos de una gran hidroeléctrica queriendo echar a los yanomamis de su hábitat para levantar una represa; sólo que aquí estamos en el planeta Pandora y los tales indígenas son azules y miden 2,50. Es decir, que Cameron repite el papel del taimado hombre de la compañía que ya empleó en Aliens, el regreso (1986), retrata al ejército como una caterva de brutos ávidos de destrucción, inclinados a solucionar por las malas lo que se puede solucionar por las buenas, y pinta el bosque como el hogar de lo espiritual y verdadero. Nada nuevo, salvo una curiosa y audaz metáfora de la comunidad de internautas y de las relaciones on line que, en versión biológica, mantiene unidos a todos los pobladores de Pandora, incluidos animal y el vegetal, y por nodo principal a un gran árbol.

Pero la pegada principal de Cameron no está en su relectura de la aventura, sino en su audacia industrial. El virtuosismo de sus animaciones faciales por ordenador, el milagro pictórico del Edén universal y la vertiginosa acción que corta el aliento son las poderosas razones de este gran artefacto que redefine el colosalismo cinematográfico y que se convierte en lo más importante que le ha ocurrido al cine de alto presupuesto en treinta años. Avatar inaugura el siglo. Pese a las visibles mañas de su director, la película no es buena ni mala, es mucho más importante que todo eso. Condicionará la forma de hacer cine de los grandes estudios al menos para la próxima década y, si además de los ojos, conquista el corazón de sus audiencias, tendrá peana propia en el santoral de la fantasía. Esa que crea nuevos cinéfilos generación tras generación.
Pedro Lavin
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fuente:lavanguardia.es

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