Se estrena Skyfall, nuevo capítulo de la saga de James Bond, la más larga y redituable de la historia del cine. Aquí, un repaso por los actores que interpretaron al héroe creado por Ian Fleming y una charla con Javier Bardem, El malo de la película
TRAYECTORIA. A veces cuestionado por los fans, Daniel Craig ya lleva rodados tres filmes y va por dos más./Revista Ñ |
Con salomónica determinación, el espía más famoso de la Guerra
Fría no habría de pertenecer a la CIA ni a la KGB, sino a uno de los
servicios de inteligencia de segunda línea. ¿Cuántas personas conocerían
el nombre del MI-6, la agencia británica, de no ser por James Bond,
agente 007 al servicio secreto de su Majestad? Esto debió complacer a su
creador, el periodista Ian Fleming, quien al decir del biógrafo John
Pearson “transfirió a su álter ego sus propios prejuicios, gustos y
aficiones, entre los que se contaban sus ideas decididamente anticuadas
respecto de la política y las mujeres y… la imperturbable convicción de
que Gran Bretaña siempre habría de ser el país más importante del
mundo”.
No fue lo único que legó al personaje. Durante la Segunda
Guerra, Fleming se desempeñó como mano derecha del director de
Inteligencia Naval británica, bajo el nombre clave 17F. Por su
seguridad, llevaba una lapicera con una carga de gas lacrimógeno que se
accionaba apretando un botón. En territorio enemigo, tuvo ocasión de
utilizarla con algo más letal: cianuro. Aunque el de 17F fue, sobre
todo, trabajo de escritorio, como autor supo combinar ese conocimiento
de primera mano con las intensas fantasías que pudo haberle provocado la
idea de “convertirse en un hombre de acción”, fantasías que compartía
buena parte del público masculino de Occidente.
Lamentablemente,
no llegó a ver el fenómeno en todo su esplendor. Falleció poco antes del
estreno de Dedos de oro , tercera entrega de la más extensa y
redituable saga cinematográfica de la historia. Hoy, tras 50 años con
altas y bajas, parece difícil creer que a Bond le haya sido difícil
llegar a la pantalla grande, pero casi una década separa la publicación
de la primera novela, Casino Royale (1953), del lanzamiento del filme
El Satánico Doctor No (1962). Tras varios intentos fallidos que
involucraron, entre otros, a Alexander Korda (el productor más
importante de la historia del cine inglés), Alfred Hitchcock y Richard
Burton, el que vio el filón fue Albert Broccoli, fundador junto a Harry
Saltzman de EON Producers, la gran responsable de la imagen del espía.
Dada
la popularidad de las novelas, la elección del actor fue complicada. Se
barajaron varios nombres (Cary Grant, James Mason, David Niven y, otra
vez, Richard Burton), pero finalmente pareció mejor buscar un
desconocido. El Daily Express lanzó una campaña para encontrar al Bond
ideal, a la que contestaron 1.100 interesados. “Saltzman cree haber
encontrado una verdadera bomba, un actor shakespeareano de 30 años,
campeón de boxeo, veterano de la marina, etcétera, etcétera, incluso,
dice él, inteligente”, escribe Fleming en una carta de la época. El
candidato no era otro que Sean Connery, y si bien estaba lejos de la
idea que el autor tenía del personaje, terminó adueñándose de Bond.
Ciertamente, le aportó al espía un toque menos refinado, más atorrante,
humorístico y decididamente menos político. A tal punto terminó de
definirlo, que en una de las últimas novelas, ya amigado con la idea,
Fleming le da al personaje antepasados escoceses, en un claro guiño a
los orígenes del actor.
Entre 1962 y 1967 Connery habría de
protagonizar cinco películas. Las dos primeras, El satánico Dr. No y
De Rusia con amor , resultan mucho más acotadas al género tradicional de
suspenso y menos dadas a la exageración y lo inverosímil que sus
sucesoras, pero ya se distinguen en ella varios componentes
fundamentales: la sonrisa afable de Connery, los villanos, el rol
fundamental de las chicas Bond, la canción emblema y sobre todo la
construcción de las escenas de acción, en las que indefectiblemente
corre peligro la vida del protagonista.
Dedos de oro , sin
embargo, llevó las cosas un poco más allá, con muchas más escenas de
“superproducción”, la consiguiente multiplicación de los artilugios e
inventos, más humor y doble sentido, un ritmo acelerado y sobre todo
situaciones al límite de lo verosímil. La buena racha siguió con
Operación trueno , pero decayó con el quinto largo, Sólo se vive dos
veces (1967), tras el cual Connery, cansado del personaje, decidió
abandonar la serie.
No era el único en sentir el desgaste. En
1955, Fleming había vendido los derechos de la primera novela a dos
productores, que a su vez los negociaron con Charles Feldman. Esto
habilitaba a Feldman a realizar una Bond por fuera de EON, pero en vez
de retomar el estilo de las anteriores, su decisión fue convertir Casino
Royale (1967) en una comedia satírica con Peter Sellers, David Niven,
Orson Welles en el papel del villano y un elenco que incluía, entre
otros, a Woody Allen, Deborah Kerr, William Holden, Charles Boyer, John
Huston, George Raft y Jean-Paul Belmondo. Lamentablemente, la película,
en la que metieron mano 6 directores distintos y 9 guionistas, es tan
mala como las sátiras apresuradas que se producen hoy.
Por su
parte, el relevo que la EON encontró para la Bond “seria”, el
australiano George Lazenby, resultó intrascendente. Hizo una única
película, Al servicio secreto de su Majestad , tras la cual los
productores habrían de pagar a Connery una de las cifras más altas de su
época con tal de que regresara a hacer “su última película 007”, Los
diamantes son eternos .
Fue en la pantalla chica donde los
productores habrían de encontrar al siguiente actor digno del espía:
Roger Moore, protagonista de la serie El santo . De 1973 a 1985, este
inglés flemático encabezó siete películas que llevaron a 007 más allá
del límite del verosímil, entre las cuales tal vez las más memorables,
por distintos motivos, sean La espía que me amó (1977; no sólo una de
las mejores sino la que tiene la mejor canción original, “Nobody Does It
Better”, de Carly Simon) y la extravagante Moonraker (1979, que
impulsada por el éxito de Viaje a las estrellas mandó a Bond al
espacio).
Una situación curiosa habría de producirse en 1983, en
el que se estrenan no una sino dos películas de 007: Octopussy , de la
EON, con Moore, y Nunca digas nunca jamás , de otro productor, con
Connery. Previsiblemente, el asunto se vendió como el gran duelo que
habría de definir cuál de los dos era “el mejor Bond”, pero a decir
verdad las dos fueron parejamente irregulares. En 1985, ya con 57 años
de edad, Moore protagoniza Panorama para matar , y es obvio que hace
falta un relevo. Otra vez, las miradas recaen sobre un actor de la tele,
Pierce Brosnan, la estrella de Remington Steele , que justo, justo está
a punto de ser cancelada. Por desgracia para Brosnan, los rumores
acerca de su posible contratación como 007 hacen que suba el rating , y
la cadena lo obliga a seguir, por lo que llegar al papel le llevaría
diez años más. Fue el turno entonces de un actor mucho más serio que sus
predecesores, Timothy Dalton, apadrinado ni más ni menos que por Peter
O’Toole. En efecto, su Bond fue mucho más cercano al de Fleming y
distinto de todos los que hasta entonces se habían visto en la pantalla:
más oscuro, más sofisticado y, en la medida de lo posible, más
realista. A fin de cuentas, los 70 no se habían terminado en vano, y
para cuando se realizaron Alta tensión (1987) y Con licencia para matar
(1989) también comenzaba a caerse a pedazos la fiesta de los 80.
Aunque
Dalton firmó contrato para una tercera entrega, disputas legales entre
la EON y su distribuidora impidió la continuación de la serie durante
los próximos seis años. El espía volvería al ruedo en 1995, ya en la
piel de Brosnan. Aunque muchos suponían que el viejo 007 no lograría
adaptarse al nuevo mundo tras la caída del Muro, GoldenEye , El mañana
nunca muere , El mundo no es suficiente y Otro día para morir lograron
revitalizar la serie con éxito, pero llevándola al final de sus
posibilidades, con particular atención a lo políticamente correcto.
En
tal sentido, el actual Bond, Daniel Craig, supone un regreso al
proyecto de Dalton: construir un 007 serio, sofisticado y duro. La
decisión tal vez se haya visto empujada por el éxito de otros productos
de superacción que supieron registrar la violencia del cine asiático. No
es casual que de la mano de esta nueva cara rígida, angulosa,
desprovista de la picardía de Connery e incluso del estoico “todo me
resbala” de Moore, los productores hayan decidido reiniciar la serie con
Casino Royale. Tampoco lo es que la última entrega, Skyfall , tenga por
primera vez un director de prestigio, ganador del Oscar (Sam Mendes), y
que los avances, al igual que la película, hayan puesto tanto el
énfasis (si no más) en las actuaciones que en las escenas de despliegue
visual o que se baraje el nombre de Christopher Nolan para una futura
entrega. Al parecer, 007 logrará sobrevivir no sólo al final de la
Guerra Fría sino a la globalización. El mundo todavía necesita creer que
los estados más poderosos tienen forma de saberlo todo, descubrirlo
todo, y que esa forma no adopta los medios de acciones frías,
impersonales, estratégicas y militares, sino el rostro de sofisticados y
sensuales caballeros y señoritas ardientes, que prefieren su Martini
batido, no revuelto.
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