En esta ocasión, sin embargo, cabe hablar de él como
escritor, puesto que en Pepitas de Calabaza publica Tiempo después, una breve y profética novela escrita hace más de veinte años como continuación de Amanece que no es poco. Tiempo después
no se convirtió en película, pero hoy aparece en forma de libro,
siendo, a pesar del tiempo transcurrido desde su composición, un texto
increíblemente actual.
¿Todavía en el 2015, podemos decir: “Amanece que no es poco”?
El título de la película, Amanece que no es poco ha
sido interpretado por lo general de una manera distinta a como yo
concibo esta frase; la mayoría de las veces se ha interpretado, siendo
por otra parte una interpretación muy verosímil, como una expresión de
resignación: al menos amanece, podemos conformarnos. Sin embargo, yo no
acepto en absoluto esta interpretación puesto que nunca he querido dar,
ni tampoco quiero darla hoy día, ningún tipo de consigna conformista. El
título de la película es, al menos para mí, un aliento a seguir
adelante. Lo que sucede es que los años en los que se estrenó la
película y sobre todo hoy día, son años negrísimo.
Con respecto a Amanece que no es poco, Tiempo después se ha teñido de un mayor pesimismo. La sociedad, parece decirnos, va y ha ido a peor…
Me atrevería a decir que Tiempo después es un libro
profético en cuanto lo escribí hace veinte años y hoy es de plena
actualidad. El mundo responde al lema que define la sociedad descrita en
Tiempo después: menos con más y más con menos. Una mayoría de
la población con muy poco y una minoría extremadamente rica. No recuerdo
ahora la cifra, aunque los datos son fácilmente consultables, pero hoy
día tenemos una porcentual ínfima de la población mundial que tiene
tanto capital económico como el resto de la población.
En Tiempo después usted parece decirnos que no hay esperanza, ni tan siquiera la revuelta es la solución…
En efecto, la revuelta llevada a cabo en el libro por el pueblo
termina por ser liofilizada. La cuestión es que hasta que no hagamos
físicamente real un antisistema, este sistema que tendremos será, como
ya lo es, un sistema genocida. Mi esperanza es que, antes o después,
este sistema se transforme en un sistema suicida que se aniquile a sí
mismo y de una vez por todas.
Pide mucho…
Pido al menos que se acabe con la mala costumbre de acumular
capital. El millonario, en mi opinión, es el animal más tonto de la
creación, ¿para qué todas esas ansias de acumular dinero si al final se
va a morir como todos?
En relación a la falta de esperanza, en Tiempo después,
los protagonistas de la revuelta, refiriéndose a sus compañeros, dicen:
“Nos han engañado otra vez”. ¿La historia de España está condenada a la
repetición?
Sí, se repite la misma historia y seguramente se repetirá; este
es el problema: es así, fue así y es todavía así. Sin embargo, creo que
tarde o temprano habrá un final, me refiero a un final geológico, pues
tarde o temprano este planeta tierra terminará por desgastarse, por
hacerse insostenible geológicamente hablando y, en cuanto al sistema
socio-político, este terminará por pinchar. Llegados a este punto final,
en mi opinión, la única salida es que el mundo cambie radicalmente de
tal manera que el mundo y nuestra realidad dejen de ser tal y como las
conocemos ahora, cosa que me parece bien. El problema es que no sé cuan
viable es este cambio radical en tanto que el individuo tiene plantada
la semilla del mal, es algo genético, de hecho de lo que cuenta la
biblia posiblemente lo único cierto es que un hermano mató a otro. Todo
lo demás es cuestionable, pero la anécdota de Caín y Abel es seguramente
real.
Esta reflexión me hace pensar en la novela El señor de las moscas, donde los niños terminan por acorralarse y matarse los unos a los otros por las ansias de poder.
Efectivamente, lo relatado por Goldwin es absolutamente
verosímil, como la historia de Caín y Abel. El confrontarse, hasta
llegar a matarse, los unos con los otros es fruto del que seguramente es
el mayor engaño en el que hemos caído: la convicción de que la riqueza
y, por tanto, el poder son algo deseable. Lo deseable es echar las
cuentas y ver lo que se necesita para vivir y no desear más de lo que es
necesario. Lo deseable sería convencer a gente como lo era el señor
Botín para que de su inmensa riqueza tan sólo se quedara con lo
necesario de tal manera que se pudiera repartir de una forma igualitaria
lo restante. “Señor Botín, abandone su botín”, eso es lo que hubiera
sido deseable decirle y lo que hoy es deseable decir a muchos otros.
Seguramente su respuesta, como la de todos los millonarios, hubiera sido
negativa, pues para ellos el acumular dinero es un vicio. Y,
sinceramente, me puede incluso parecer bien que no quieran renunciar a
este vicio y que quieran vivir extraordinariamente bien, pero entonces
deberán pagar por este vicio, que no les puede salir gratis, y lo
pagarán cotizando al 84%.
De esta forma el acumular cantidades ingentes de dinero se convertiría en un vicio caro.
Exacto, pero si ese es su vicio y les gusta, yo no tengo nada que decir. Sólo que lo paguen.
Esta redistribución y este
aumento de impuestos a los más ricos que tanto sentido tiene es
considerado por algunos como una auténtica revolución anti-sistema.
Sí, y sin razón. En determinados contextos
histórico-geográficos, esta redistribución de la que hablo se ha hecho
consiguiendo para la población un cierto grado de felicidad. Esta
redistribución es la que debería realizarse con Grecia; yo estoy
absolutamente indignado con todo lo que se está haciendo en contra de
este país. A Grecia le debemos todo. Y si ahora releemos los autores
clásicos, nos encontraremos, entre otras enseñanzas, que Pericles en sus
discursos entorno a las bases de la convivencia entre las personas en
un territorio concreto, proponía cosas similares a las que ahora algunos
reclaman y yo mismo suscribo. Resulta absolutamente increíble cómo
Pericles tuviera tan claro las bases de la convivencia humana y nunca
nadie le haya hecho ni puto caso.
A lo mejor porque estamos en un momento de poco diálogo, mucho grito y de muy poco escuchar…
Las palabras han perdido su sentido, ahora todo es palabrería.
Lo que nos caracteriza es la palabra, no en el sentido de una mera
emisión de sonido, sino la palabra articulada, que es aquella a través
de la cual nos relacionamos con los demás. La palabra articulada sin
duda requiere una cierta complejidad, pero es el gran arma contra lo
simple. Yo odio la expresión sentimentalista de las cosas, puesto que
defiendo la literariedad de las palabras.
Y sin embargo el lenguaje es lo que más se ha pervertido.
Sí y cada vez más.
Y no siempre nos damos cuenta de ello…
En alguna ocasión he comprobado esta perversión a la que te
refieres en los discursos de quienes están en el poder, ya sea
económico, político o incluso espiritual. Todos estos discursos se
caracterizan por decir explícitamente aquello que en verdad no quieren
decir: son discursos que esconden lo que verdaderamente están diciendo,
discursos llenos de eufemismos y de figuras retóricas con los que se
encubre la realidad, la definición del hecho o de la materia.
Se esconde la realidad y a la vez se rehúye la complejidad…
Se rehúye absolutamente la complejidad, tampoco se recurre a
ella por mero lucimiento. Incluso las personas que se dedican a la
crítica terminan utilizando una terminología completamente eufemística,
refiriéndose, por ejemplo, al arte abstracto. ¿Qué es el arte abstracto?
El arte abstracto no existe, puede ser un cuadro, una pintura, un
dibujo… pero nunca será abstracto. Algo parecido sucede en ámbito
cinematográfico: se define un determinado tipo de cine como expresión
del surrealismo, cuando es literalmente imposible el surrealismo en el
campo del cine. La mecánica de fabricación del cine –la mecánica del
rodaje, de la escritura del guion…- nunca es surrealista.
¿Aboga por recuperar el uso literal de las palabras?
A mí lo que me joroba es el mal uso de los términos: utilizar
mal las palabras es muy grave, puesto que impide el conocimiento de los
hechos, impide el conocimiento mutuo entre las personas y engaña sobre
todo a las personas no ilustradas. Y con esto no quiero decir que el ser
ilustrado es algo magnífico y maravilloso, sino que el ser ilustrado
implica tener unas determinadas lecturas y unos determinados
conocimientos que pueden proteger ante tales engaños.
Volvemos al tema de antes: se distrae de la realidad, se la esconde y se disuade de todo pensamiento complejo.
Precisamente a esto responden muchos de los programas de
televisión, que están absolutamente llenos de bazofia, y no porque se
vean tetas y culos, que no son bazofia, sino simplemente son tetas y
culos, sino porque plantean la exposición y la espectacularización de
los sentimientos y de las tensiones humanas como algo en lo que es
posible regodearse. Y precisamente lo que buscan estos estos programas, y
lo consiguen, es el regodeo; lo nefasto es el enorme éxito que tienen.
Además, favorecen la alienación del espectador, que se despreocupa de todo lo demás…
Sí, responden precisamente a esto, es decir, el poder quiere
una sociedad alienada para hacer lo que él desea. Es una alienación muy
buscada, muy intencionada y pretendida. Evidentemente no son programas
hechos inconscientemente, sin darse cuenta.
En oposición a la alienación, usted recurre al humorismo para subrayar la realidad.
Yo creo que utilizo en humorismo como gatera, como una puerta
por la que dejas que salgan las cosas. El humorismo es la alternativa
ante una crítica de la realidad y de las relaciones humanas basada en la
estadística. No me interesa una crítica estadística y confieso que
empiezo a odiar las cifras, puesto que ocultan mucho más de lo que
expresan: cuando anuncian que hay menos parados que el mes pasado, nunca
especifican qué tipo de trabajos extremadamente precarios se han
conseguido o cuánta gente se ha tenido que marchar de España y que, por
tanto, ya no figura en la lista del paro.
Huye de los datos a favor de una descripción más próxima a la cotidianidad.
Los datos los deben dar quienes son responsables de su
cuantificación y cálculo. Yo lo que hago y lo que me interesa hacer es
expresar, a través de la burla, cosas que creo que son a reflexionar,
puesto que estoy convencido de que si perdemos nuestra capacidad
reflexiva perdemos, como decíamos antes acerca de la palabra articulada,
aquello que nos define. Igual de desalentador es, retomando el tema del
humorismo, perder nuestra capacidad de imaginar y de fantasear o,
incluso, nuestra capacidad de mentir, pues la mentira es de una
fecundidad enorme. No la mentira como engaño, evidentemente, pero sí
como forma de hacer sentir bien a la otra persona: si yo te puedo hacer
reír con una mentira te haré reír. Lo que no se puede es mentir en el
ámbito público.
En el fondo la ficción es una gran mentira sumamente positiva…
No pocas veces, se me ha dicho que lo que escribo son meras
ocurrencias, pero ante afirmaciones así suelo responder recordando que
el término ‘ocurrencia’ comparte raíz con el verbo ‘ocurrir’, es decir
con aquello que ocurre, que sucede. Por otro lado, no podemos olvidar
que las realidades mentales son tantas o más que las realidades reales;
la capacidad humana de inventar cosas, de crear ficciones que, luego, se
convierten en parte de nuestra realidad, es infinita.
El problema es cuando la mentira se institucionaliza y a base de repetirse se convierte en verdad.
Lo verdaderamente tremendo son los absurdos absolutos, es decir
¿cómo ha podido tener tantos adeptos un ser que se predica todopoderoso
y de bondad infinita y que, sin embargo, permite el mal, permite que un
niño muera con dolor? Y que no me vengan con mandangas como la del
pecado original, ¿si es todopoderoso, cómo Dios permite tanto mal?
Ese es el gran misterio o la gran incongruencia, depende de la perspectiva…
La Iglesia católica responde con la idea del libre arbitrio
según la cual la culpa es nuestra que tomamos decisiones erróneas o
actuamos equivocadamente. Y con esta idea del libre arbitrio, mezclado
con el concepto de la culpa, la religión ha hecho mucho daño: recuerdo
cuando de adolescente te ibas a la cama, después de haberte masturbado,
preocupadísimo si durante la noche te morirías o acabarías ciego por
haber hecho algo que supuestamente era pecado
En cierta manera, la religión no
siempre ha funcionado como opio, tal y como decía Marx, sino que para
muchos ha significado un verdadero tormento.
Yo el fallo que le veo a la religión católica en cuanto a su
capacidad propagandística es que el cielo que te tiene prometido es una
eternidad sentada a la derecha de dios padre, pues pasar la eternidad de
esta manera debe ser un auténtico coñazo.
Retornando a su novela, podríamos definir El tiempo después como una ficción sumamente arraigada en la realidad, en lo que ocurre actualmente.
Tiempo después no es una novela, es un artefacto,
puesto que es un híbrido de muchas cosas y en el que tiene una presencia
muy importante el género del guion, una presencia que yo no quise ni
disimular ni evitar. Por mi trayectoria como guionista, estoy viciado,
pero no quiero en absolutamente desprenderme de este vicio: siempre que
se escribe un guion se es consciente que ese texto va a tener una
segunda oportunidad, una segunda vida, aquella que le concederán las
imágenes. Cuando escribo quiero connotarlo todo, quiero construir
imágenes con las palabras; y este, llamémoslo vicio, propio del ser
guionista no sólo se refleja cuando escribo, sino también cuando leo.
Cuando leo una novela presto muchísima atención a todo lo que dice y me
interesa muchísimo observar aquello qué dicen los otros escritores y
cómo lo dicen. Para mí los más grandes escritores de la historia de la
literatura son aquellos que más generosos han sido con los lectores y en
la cumbre están sin duda los poetas, puesto que la poesía obliga al
lector a poner mucho de su parte, a implicar tanto su cabeza como su
corazón durante la lectura para llegar a ser permeable a lo que dice el
poeta.
Por tanto, para usted la complejidad, al menos en literatura, va asociada a la generosidad del autor.
Para mí de los escritores de la Península Ibérica, aquellos de
los que más he aprendido y cuyas lecturas más he disfrutado,
independientemente de que, como es evidente, con los años se han ido
sumando otros autores, son: en primer lugar, Josep Pla, una persona
cuyas ideas políticas no comparto pero que considero un autor de una
generosidad inmensa, pues creo no hay nadie que haya descrito los
paisajes tal y como él; en segundo lugar, Pio Baroja, que crea historias
ricas en personajes, que aparecen y desaparecen en el relato, obligando
al lector a participar activamente en la historia; y en tercer lugar,
Álvaro Cunqueiro, que era un hombre de incomparable fantasía y cuyo
acercamiento a la naturaleza y a los seres humanos son profundos,
atentos, magistrales
Estos tres autores compartes una mirada irónica hacia lo cotidiano, mirada que define también su obra cinematográfica.
Yo soy opinante y no lo puedo evitar. Quien se dedica
profesionalmente al arte de hacer películas o de escribir libros es
aquel que está completamente convencido de que las ficciones que crea
son necesarias, de que vale la pena hacer o que hace. Sin duda esta
convicción es una gran osadía que tiene como contrapartida la no siempre
fácil aceptación de las críticas.
Se trata del conflicto eterno entre el creador y el crítico.
A mí nunca me ha gustado leer una mala crítica de alguna de mis
películas, ante todo porque creo que la visión del crítico es una
visión como la mía: yo creo que lo que la película que he hecho vale la
pena y el opina lo contrario. Los calificativos “bueno” y “malo” son muy
parciales: puede que quien califique una obra como “mala” se equivoque o
puede que sean los demás, aquellos que la califican como “buena”, los
que están equivocados; de lo que no hay duda es que son dos opiniones,
una tan válida como la otra
A lo mejor se debería superar estos calificativos en pos de una crítica más analítica e interpretativa.
Yo tuve mala suerte con el que para mí ha sido el mejor crítico
cinematográfico que hemos tenido y que además era un excelente
guionista: Ángel Fernández Santos, quien en más de una ocasión me pegó
más de un palo. Comenzó con Pares y nones, de la cual escribió en el por entonces venerado periódico El País un artículo de media página titulado: “Total nada”. Posteriormente, criticó Amanece que no es poco, pero hay que decir que, si consideramos la perspectiva desde la que hablaba, Fernández Santos tenía razón: sostenía que Amanece que no es poco
no era más que una serie de personajes que no establecen relaciones lo
suficientemente profundas, un conjunto de personajes sueltos con los que
era imposible organizar una trama. Y tenía razón, lo que sucede es que
lo que yo precisamente no quería hacer era construir una trama; yo
quería hacer una película de personajes que se rigiera únicamente por
los personajes y por lo que de ellos se cuenta.
Es decir, si no he entendido
mal, usted no quería construir una historia-marco, sino dejar hablar los
personajes y que fueran ellos quienes escribieran la historia.
Lo que a mí me interesaba y que hilvana con los autores que
antes mencioné, aunque no quiera ni pueda compararme con ninguno de
ellos, es que los personajes se definieran por sí solos a través de sus
hechos y de sus palabras. Quiero que las posibles connotaciones que
puedan derivarse de la pregunta acerca de por qué un personaje se
comporta de una determinada manera u otra o acerca de cuáles son las
condiciones que llevan al personaje a actuar de esa manera las otorgue y
las deduzca el lector o el espectador a partir de los personajes
mismos, no porque yo se lo cuente. Una cosa que aprendí de Azcona es que
no hay que poner pie a la foto: la foto habla sola, no necesita
explicación.
Para este tipo de entendimiento,
el lector o el espectador debe tener un sentimiento de empatía que no
sé cuan habitual es hoy en día.
Falta completamente el sentimiento de empatía. Hoy día parece
que querer a alguien e intentar entenderlo es un gasto, algo que no trae
beneficio. En un momento en que todo se mide a partir de los beneficios
producidos, el placer por una larga conversación, por el intercambio
personal con una persona, queda desvirtuado.
Y en cierta manera, este utilitarismo es el que ha llevado a considerar el arte y la cultura como algo superfluo.
Aquí en España se ha repetido mucho la idea de que esto de ser
poeta no tenía sentido y a todo aquel que decía querer dedicarse a la
poesía o al arte se le respondía: “a éste le ponía yo a picar piedra
para que viera qué es ganarse el pan con el sudor de la frente”. Esta
idea se ha repetido demasiado y en parte se sigue repitiendo, sin darse
cuenta de que sin sudar también se trabaja. La creación requiere
trabajo, es un trabajo del intelecto. Respecto de esto se cuenta que en
una ocasión la protegida, como diría un industrial, de González Ruano,
quien se pasaba los días en el Café Teide le preguntó que hacía tantas
horas en aquel local. González Ruano le contestó: “escribo, ¿no lo
ves?”, a lo que ella volvió a preguntar: “¿pero vives de esto?” y el
escritor no pudo ser más locuaz: “Cómo voy a vivir de esto, si se
viviera de escribir escribiríamos todos”
La creación y las actividades
intelectuales merecen una remuneración que hoy día no siempre tienen. Y
si las tienen, son bastante escasas.
En una ocasión un productor, en busca de un proyecto para
producir, me pidió si le podía escribir unos treinta o cuarenta folios
para ver si de ahí podía surgir alguna película. Cuando le pedí un
adelanto para poder realizar el trabajo que me proponía, la respuesta
del productor fue clara: “hombre, por treinta o cuarenta folios, no te
voy a pagar nada”. Ante esto, lo que hice fue coger unos cuarenta folios
en blanco y dárselos: “aquí tienes cuarenta folios y no te cobro nada”.
El grave problema es que el trabajo de creación no sólo no se valora,
sino que se desprecia.
Esta es la gran diferencia entre
un país como España y un país como Francia, donde se reconoce la
importancia de la cultura y se está orgulloso de ella.
En una de las tantas tertulias de la televisión, escuché a uno
que dando voces criticaba, literalmente, “a todos estos políticos que
eran profesores universitarios y que han vivido de los contribuyentes
por no hacer nada”. Si se llega a este desprecio por la universidad que,
dicho sea de paso, creo que está francamente mal, ¿cómo no se va a
despreciar la creación artística?
No sé si estará de acuerdo, pero ahora por un lado se desprestigia la cultura y por el otro lado se define todo como cultura.
Se confunden términos. La cultura es esta mierda en la que
estamos viviendo y otra cosa bien distinta es la producción cultural
que, indudablemente, está relacionada con la cultura en tanto que se
retroalimenta de ella: la producción cultural produce a partir de la
cultura que se tiene a la vez que colabora en beneficio a una cultura
más elevada o, como en muchas ocasiones sucede, en beneficio de la
porquería de cultura que hoy tenemos. Y por esto es muy grave que hoy en
día la universidad esté culturalmente así de mal así como es grave el
desprecio que se tiene hacia una institución tan importante.
¿No cree que se tiende, además, a una producción cultural extremadamente homogénea?
Pretender hacer reiterativamente películas como Ocho apellidos vascos
porque ésta fue un éxito es un error. Primero porque no significa que
las otras vayan también a tener éxito y, segundo, porque debe haber
productos culturales distintos para un público variado.
No se debe temer, entonces, a la novedad y a la búsqueda de nuevos modelos.
Hay que rehuir de la repetición de los modelos, pero tampoco
buscar la novedad por la novedad. Las novedades formales son
relativamente fáciles y, personalmente, no me interesa nada hacer
rarezas con la cámara simplemente porque nadie las ha hecho antes.
Recuerdo como en una ocasión, en mis años de reportero de televisión, me
encargaron ir al cementerio civil, donde iban a sacar los restos de no
recuerdo quien, para grabar la exhumación puesto que nunca ninguna
cámara de televisión había entrado en un cementerio civil y menos cuando
se sacaban los restos de un fallecido. El motivo del reportaje era
simplemente que nunca antes se había hecho nada igual. Ante esta
propuesta, yo les contesté con otra, tan novedosa o incluso más: ponerme
frente a la cámara, presentarme con nombre y apellido, y a continuación
romperme los dientes con un guijarro. El argumento de que “nadie lo ha
hecho antes” no valida nada, el formalismo por el formalismo es una
gilipollez.