El director chileno Miguel Littín finaliza la película sobre el expresidente cuando se cumplen 41 años de su muerte durante el Golpe de Estado
El actor Daniel Muñoz, como Allende, durante un momento de la película./elpais.com |
El Salón Blanco de La Moneda estaba el pasado sábado lleno de humo y efectos especiales de fuego. El director chileno Miguel Littín (Palmilla, 1942) terminaba el rodaje de su película Allende en su laberinto
y quería que las escenas reflejaran lo que sucedió justamente hoy hace
41 años en el Palacio presidencial, que fue atacado por las Fuerzas
Armadas alrededor del mediodía y terminó en parte destruido por las
llamas. El filme retratará las últimas siete horas del mandatario socialista,
su última mañana con vida, desde que se levantó hasta su muerte en
medio del golpe de Estado de 1973. Y contempla detalles sutiles, como
que en dos ocasiones, en su coche y oficina, cantó algún trozo de Tu nombre me sabe a hierba, la canción de Joan Manuel Serrat con versos de Antonio Machado.
La información se la entregó en vida Miria Contreras, La Payita,
secretaria y estrecha colaboradora de Allende, que compartió con él las
últimas horas en el Palacio. Porque Littín, uno de los directores más
reconocidos de Chile, colaborador de Allende en sus campañas y en el
Gobierno en materia de imagen y televisión, conversó durante cuatro
décadas con decenas de personas de su círculo íntimo y que acompañaron
al mandatario esa mañana. Después de la revisión bibliográfica —“me he
leído todos los libros y no he dejado de escuchar a ninguna voz”, dice-,
consiguió una mirada personal de lo que sucedió en La Moneda antes del
bombardeo. “No es un documental, sino más bien una reconstrucción
ficcionada de lo que ocurrió, con una interpretación, lo que hace más
complejo el filme”, señala.
La película se ha rodado en Venezuela y Chile en 2014 y su relato
central, adelanta Littín, es la decisión de Allende de luchar y morir
“defendiendo el honor de los chilenos y los demócratas”. Y justamente
sobre este punto, el director tiene una mirada distinta a la historia y a
lo que recientemente han determinado los tribunales: piensa que no es claro que Allende se suicidase.
No es el núcleo de su película. “Pondré todos los elementos para que el
espectador deduzca lo que ocurrió”, dice, pero duda de la sentencia de
la Justicia, que en enero pasado ratificó que el médico socialista se
suicidó. “Lo digo con mucha responsabilidad: el juez Mario Carroza no
investigó exhaustivamente los hechos. En la redacción del fallo, dice
que Allende entró al Salón Independencia, cerró la puerta y luego el
magistrado comienza a contar, como si fuera Dios, lo que ocurrió. ¿Cómo
supo si nadie entró nunca?”, se pregunta Littín. “Es imposible que una
persona se suicide dos veces, porque el cuerpo fue encontrado con
disparos diferentes”.
No es la primera vez que Littín realiza una cinta relativa a Allende.
En 1970, el año en que se iniciaron los mil días de la Unidad Popular,
estrenó el documental Compañero, presidente. Luego, en 1986, ya exiliado
en España, realizó para la Televisión Española un nuevo documental,
Allende, el tiempo de la historia, que contemplaba imágenes de su viaje
como clandestino a Chile. El cineasta tuvo que convertirse en un hombre
de negocios uruguayo para lograr ingresar al país en la dictadura y
poder filmar. Pero el guión definitivo de Allende en su laberinto, que
se estrenará en noviembre y cuenta con la actuación de importantes
intérpretes locales, se tardó décadas en materializarse. A mediados de
los setenta, después del Golpe, de la detención y en medio del exilio,
Littín hizo un texto que finalmente desechó “porque la visión era
desgarrada e inmediata”.
Pero, ¿qué hizo Allende su última mañana? “Bromeó, tomó decisiones,
se despidió, recordó pasajes de su historia y dejó el legado de su
discurso desde La Moneda”, dice Littín. A través de la reconstrucción de
esas siete horas, explica, se puede explorar su vida entera. Y a 41
años del Golpe de Estado, asegura que su figura sigue siendo muy
vigente: “Chile sería otro país sin Allende, derrotado y con la cabeza
agachada. La utopía y el romanticismo se llaman Allende en Chile y eso
lo reconoce la calle, la gente. Es su legado”.