4/7/15

Cuerda: "Utilizar mal las palabras es muy grave"

No es necesario presentar a José Luis Cuerda, su extensa filmografía lo ha convertido en un referente en la historia del cine español


Amanece que no  es poco de José Luis Cuerda.


Tiempo después de José Luis Cuerda.
José Luis Cuerda./ Pepitas de Calabaza./revistadeletras.net

En esta ocasión, sin embargo, cabe hablar de él como escritor, puesto que en Pepitas de Calabaza publica Tiempo después, una breve y profética novela escrita hace más de veinte años como continuación de Amanece que no es poco. Tiempo después no se convirtió en película, pero hoy aparece en forma de libro, siendo, a pesar del tiempo transcurrido desde su composición, un texto increíblemente actual.
¿Todavía en el 2015, podemos decir: “Amanece que no es poco”?
El título de la película, Amanece que no es poco ha sido interpretado por lo general de una manera distinta a como yo concibo esta frase; la mayoría de las veces se ha interpretado, siendo por otra parte una interpretación muy verosímil, como una expresión de resignación: al menos amanece, podemos conformarnos. Sin embargo, yo no acepto en absoluto esta interpretación puesto que nunca he querido dar, ni tampoco quiero darla hoy día, ningún tipo de consigna conformista. El título de la película es, al menos para mí, un aliento a seguir adelante. Lo que sucede es que los años en los que se estrenó la película y sobre todo hoy día, son años negrísimo.
Con respecto a Amanece que no es poco, Tiempo después se ha teñido de un mayor pesimismo. La sociedad, parece decirnos, va y ha ido a peor…
Me atrevería a decir que Tiempo después es un libro profético en cuanto lo escribí hace veinte años y hoy es de plena actualidad. El mundo responde al lema que define la sociedad descrita en Tiempo después: menos con más y más con menos. Una mayoría de la población con muy poco y una minoría extremadamente rica. No recuerdo ahora la cifra, aunque los datos son fácilmente consultables, pero hoy día tenemos una porcentual ínfima de la población mundial que tiene tanto capital económico como el resto de la población.
En Tiempo después usted parece decirnos que no hay esperanza, ni tan siquiera la revuelta es la solución…
En efecto, la revuelta llevada a cabo en el libro por el pueblo termina por ser liofilizada. La cuestión es que hasta que no hagamos físicamente real un antisistema, este sistema que tendremos será, como ya lo es, un sistema genocida. Mi esperanza es que, antes o después, este sistema se transforme en un sistema suicida que se aniquile a sí mismo y de una vez por todas.
Pide mucho…
Pido al menos que se acabe con la mala costumbre de acumular capital. El millonario, en mi opinión, es el animal más tonto de la creación, ¿para qué todas esas ansias de acumular dinero si al final se va a morir como todos?

En relación a la falta de esperanza, en Tiempo después, los protagonistas de la revuelta, refiriéndose a sus compañeros, dicen: “Nos han engañado otra vez”. ¿La historia de España está condenada a la repetición?
Sí, se repite la misma historia y seguramente se repetirá; este es el problema: es así, fue así y es todavía así. Sin embargo, creo que tarde o temprano habrá un final, me refiero a un final geológico, pues tarde o temprano este planeta tierra terminará por desgastarse, por hacerse insostenible geológicamente hablando y, en cuanto al sistema socio-político, este terminará por pinchar. Llegados a este punto final, en mi opinión, la única salida es que el mundo cambie radicalmente de tal manera que el mundo y nuestra realidad dejen de ser tal y como las conocemos ahora, cosa que me parece bien. El problema es que no sé cuan viable es este cambio radical en tanto que el individuo tiene plantada la semilla del mal, es algo genético, de hecho de lo que cuenta la biblia posiblemente lo único cierto es que un hermano mató a otro. Todo lo demás es cuestionable, pero la anécdota de Caín y Abel es seguramente real.
Esta reflexión me hace pensar en la novela El señor de las moscas, donde los niños terminan por acorralarse y matarse los unos a los otros por las ansias de poder.
Efectivamente, lo relatado por Goldwin es absolutamente verosímil, como la historia de Caín y Abel. El confrontarse, hasta llegar a matarse, los unos con los otros es fruto del que seguramente es el mayor engaño en el que hemos caído: la convicción de que la riqueza y, por tanto, el poder son algo deseable. Lo deseable es echar las cuentas y ver lo que se necesita para vivir y no desear más de lo que es necesario. Lo deseable sería convencer a gente como lo era el señor Botín para que de su inmensa riqueza tan sólo se quedara con lo necesario de tal manera que se pudiera repartir de una forma igualitaria lo restante. “Señor Botín, abandone su botín”, eso es lo que hubiera sido deseable decirle y lo que hoy es deseable decir a muchos otros. Seguramente su respuesta, como la de todos los millonarios, hubiera sido negativa, pues para ellos el acumular dinero es un vicio. Y, sinceramente, me puede incluso parecer bien que no quieran renunciar a este vicio y que quieran vivir extraordinariamente bien, pero entonces deberán pagar por este vicio, que no les puede salir gratis, y lo pagarán cotizando al 84%.
De esta forma el acumular cantidades ingentes de dinero se convertiría en un vicio caro.
Exacto, pero si ese es su vicio y les gusta, yo no tengo nada que decir. Sólo que lo paguen.
Esta redistribución y este aumento de impuestos a los más ricos que tanto sentido tiene es considerado por algunos como una auténtica revolución anti-sistema.
Sí, y sin razón. En determinados contextos histórico-geográficos, esta redistribución de la que hablo se ha hecho consiguiendo para la población un cierto grado de felicidad. Esta redistribución es la que debería realizarse con Grecia; yo estoy absolutamente indignado con todo lo que se está haciendo en contra de este país. A Grecia le debemos todo. Y si ahora releemos los autores clásicos, nos encontraremos, entre otras enseñanzas, que Pericles en sus discursos entorno a las bases de la convivencia entre las personas en un territorio concreto, proponía cosas similares a las que ahora algunos reclaman y yo mismo suscribo. Resulta absolutamente increíble cómo Pericles tuviera tan claro las bases de la convivencia humana y nunca nadie le haya hecho ni puto caso.
A lo mejor porque estamos en un momento de poco diálogo, mucho grito y de muy poco escuchar…
Las palabras han perdido su sentido, ahora todo es palabrería. Lo que nos caracteriza es la palabra, no en el sentido de una mera emisión de sonido, sino la palabra articulada, que es aquella a través de la cual nos relacionamos con los demás. La palabra articulada sin duda requiere una cierta complejidad, pero es el gran arma contra lo simple. Yo odio la expresión sentimentalista de las cosas, puesto que defiendo la literariedad de las palabras.
Y sin embargo el lenguaje es lo que más se ha pervertido.
Sí y cada vez más.
Y no siempre nos damos cuenta de ello…
En alguna ocasión he comprobado esta perversión a la que te refieres en los discursos de quienes están en el poder, ya sea económico, político o incluso espiritual. Todos estos discursos se caracterizan por decir explícitamente aquello que en verdad no quieren decir: son discursos que esconden lo que verdaderamente están diciendo, discursos llenos de eufemismos y de figuras retóricas con los que se encubre la realidad, la definición del hecho o de la materia.
Se esconde la realidad y a la vez se rehúye la complejidad…
Se rehúye absolutamente la complejidad, tampoco se recurre a ella por mero lucimiento. Incluso las personas que se dedican a la crítica terminan utilizando una terminología completamente eufemística, refiriéndose, por ejemplo, al arte abstracto. ¿Qué es el arte abstracto? El arte abstracto no existe, puede ser un cuadro, una pintura, un dibujo… pero nunca será abstracto. Algo parecido sucede en ámbito cinematográfico: se define un determinado tipo de cine como expresión del surrealismo, cuando es literalmente imposible el surrealismo en el campo del cine. La mecánica de fabricación del cine –la mecánica del rodaje, de la escritura del guion…- nunca es surrealista.

¿Aboga por recuperar el uso literal de las palabras?
A mí lo que me joroba es el mal uso de los términos: utilizar mal las palabras es muy grave, puesto que impide el conocimiento de los hechos, impide el conocimiento mutuo entre las personas y engaña sobre todo a las personas no ilustradas. Y con esto no quiero decir que el ser ilustrado es algo magnífico y maravilloso, sino que el ser ilustrado implica tener unas determinadas lecturas y unos determinados conocimientos que pueden proteger ante tales engaños.
Volvemos al tema de antes: se distrae de la realidad, se la esconde y se disuade de todo pensamiento complejo.
Precisamente a esto responden muchos de los programas de televisión, que están absolutamente llenos de bazofia, y no porque se vean tetas y culos, que no son bazofia, sino simplemente son tetas y culos, sino porque plantean la exposición y la espectacularización de los sentimientos y de las tensiones humanas como algo en lo que es posible regodearse. Y precisamente lo que buscan estos estos programas, y lo consiguen, es el regodeo; lo nefasto es el enorme éxito que tienen.
Además, favorecen la alienación del espectador, que se despreocupa de todo lo demás…
Sí, responden precisamente a esto, es decir, el poder quiere una sociedad alienada para hacer lo que él desea. Es una alienación muy buscada, muy intencionada y pretendida. Evidentemente no son programas hechos inconscientemente, sin darse cuenta.
En oposición a la alienación, usted recurre al humorismo para subrayar la realidad.
Yo creo que utilizo en humorismo como gatera, como una puerta por la que dejas que salgan las cosas. El humorismo es la alternativa ante una crítica de la realidad y de las relaciones humanas basada en la estadística. No me interesa una crítica estadística y confieso que empiezo a odiar las cifras, puesto que ocultan mucho más de lo que expresan: cuando anuncian que hay menos parados que el mes pasado, nunca especifican qué tipo de trabajos extremadamente precarios se han conseguido o cuánta gente se ha tenido que marchar de España y que, por tanto, ya no figura en la lista del paro.
Huye de los datos a favor de una descripción más próxima a la cotidianidad.
Los datos los deben dar quienes son responsables de su cuantificación y cálculo. Yo lo que hago y lo que me interesa hacer es expresar, a través de la burla, cosas que creo que son a reflexionar, puesto que estoy convencido de que si perdemos nuestra capacidad reflexiva perdemos, como decíamos antes acerca de la palabra articulada, aquello que nos define. Igual de desalentador es, retomando el tema del humorismo, perder nuestra capacidad de imaginar y de fantasear o, incluso, nuestra capacidad de mentir, pues la mentira es de una fecundidad enorme. No la mentira como engaño, evidentemente, pero sí como forma de hacer sentir bien a la otra persona: si yo te puedo hacer reír con una mentira te haré reír. Lo que no se puede es mentir en el ámbito público.
En el fondo la ficción es una gran mentira sumamente positiva…
No pocas veces, se me ha dicho que lo que escribo son meras ocurrencias, pero ante afirmaciones así suelo responder recordando que el término ‘ocurrencia’ comparte raíz con el verbo ‘ocurrir’, es decir con aquello que ocurre, que sucede. Por otro lado, no podemos olvidar que las realidades mentales son tantas o más que las realidades reales; la capacidad humana de inventar cosas, de crear ficciones que, luego, se convierten en parte de nuestra realidad, es infinita.
El problema es cuando la mentira se institucionaliza y a base de repetirse se convierte en verdad.
Lo verdaderamente tremendo son los absurdos absolutos, es decir ¿cómo ha podido tener tantos adeptos un ser que se predica todopoderoso y de bondad infinita y que, sin embargo, permite el mal, permite que un niño muera con dolor? Y que no me vengan con mandangas como la del pecado original, ¿si es todopoderoso, cómo Dios permite tanto mal?
Ese es el gran misterio o la gran incongruencia, depende de la perspectiva…
La Iglesia católica responde con la idea del libre arbitrio según la cual la culpa es nuestra que tomamos decisiones erróneas o actuamos equivocadamente. Y con esta idea del libre arbitrio, mezclado con el concepto de la culpa, la religión ha hecho mucho daño: recuerdo cuando de adolescente te ibas a la cama, después de haberte masturbado, preocupadísimo si durante la noche te morirías o acabarías ciego por haber hecho algo que supuestamente era pecado
En cierta manera, la religión no siempre ha funcionado como opio, tal y como decía Marx, sino que para muchos ha significado un verdadero tormento.
Yo el fallo que le veo a la religión católica en cuanto a su capacidad propagandística es que el cielo que te tiene prometido es una eternidad sentada a la derecha de dios padre, pues pasar la eternidad de esta manera debe ser un auténtico coñazo.
Retornando a su novela, podríamos definir El tiempo después como una ficción sumamente arraigada en la realidad, en lo que ocurre actualmente.
Tiempo después no es una novela, es un artefacto, puesto que es un híbrido de muchas cosas y en el que tiene una presencia muy importante el género del guion, una presencia que yo no quise ni disimular ni evitar. Por mi trayectoria como guionista, estoy viciado, pero no quiero en absolutamente desprenderme de este vicio: siempre que se escribe un guion se es consciente que ese texto va a tener una segunda oportunidad, una segunda vida, aquella que le concederán las imágenes. Cuando escribo quiero connotarlo todo, quiero construir imágenes con las palabras; y este, llamémoslo vicio, propio del ser guionista no sólo se refleja cuando escribo, sino también cuando leo. Cuando leo una novela presto muchísima atención a todo lo que dice y me interesa muchísimo observar aquello qué dicen los otros escritores y cómo lo dicen. Para mí los más grandes escritores de la historia de la literatura son aquellos que más generosos han sido con los lectores y en la cumbre están sin duda los poetas, puesto que la poesía obliga al lector a poner mucho de su parte, a implicar tanto su cabeza como su corazón durante la lectura para llegar a ser permeable a lo que dice el poeta.
Por tanto, para usted la complejidad, al menos en literatura, va asociada a la generosidad del autor.
Para mí de los escritores de la Península Ibérica, aquellos de los que más he aprendido y cuyas lecturas más he disfrutado, independientemente de que, como es evidente, con los años se han ido sumando otros autores, son: en primer lugar, Josep Pla, una persona cuyas ideas políticas no comparto pero que considero un autor de una generosidad inmensa, pues creo no hay nadie que haya descrito los paisajes tal y como él; en segundo lugar, Pio Baroja, que crea historias ricas en personajes, que aparecen y desaparecen en el relato, obligando al lector a participar activamente en la historia; y en tercer lugar, Álvaro Cunqueiro, que era un hombre de incomparable fantasía y cuyo acercamiento a la naturaleza y a los seres humanos son profundos, atentos, magistrales
Estos tres autores compartes una mirada irónica hacia lo cotidiano, mirada que define también su obra cinematográfica.
Yo soy opinante y no lo puedo evitar. Quien se dedica profesionalmente al arte de hacer películas o de escribir libros es aquel que está completamente convencido de que las ficciones que crea son necesarias, de que vale la pena hacer o que hace. Sin duda esta convicción es una gran osadía que tiene como contrapartida la no siempre fácil aceptación de las críticas.
Se trata del conflicto eterno entre el creador y el crítico.
A mí nunca me ha gustado leer una mala crítica de alguna de mis películas, ante todo porque creo que la visión del crítico es una visión como la mía: yo creo que lo que la película que he hecho vale la pena y el opina lo contrario. Los calificativos “bueno” y “malo” son muy parciales: puede que quien califique una obra como “mala” se equivoque o puede que sean los demás, aquellos que la califican como “buena”, los que están equivocados; de lo que no hay duda es que son dos opiniones, una tan válida como la otra
A lo mejor se debería superar estos calificativos en pos de una crítica más analítica e interpretativa.
Yo tuve mala suerte con el que para mí ha sido el mejor crítico cinematográfico que hemos tenido y que además era un excelente guionista: Ángel Fernández Santos, quien en más de una ocasión me pegó más de un palo. Comenzó con Pares y nones, de la cual escribió en el por entonces venerado periódico El País un artículo de media página titulado: “Total nada”. Posteriormente, criticó Amanece que no es poco, pero hay que decir que, si consideramos la perspectiva desde la que hablaba, Fernández Santos tenía razón: sostenía que Amanece que no es poco no era más que una serie de personajes que no establecen relaciones lo suficientemente profundas, un conjunto de personajes sueltos con los que era imposible organizar una trama. Y tenía razón, lo que sucede es que lo que yo precisamente no quería hacer era construir una trama; yo quería hacer una película de personajes que se rigiera únicamente por los personajes y por lo que de ellos se cuenta.
Es decir, si no he entendido mal, usted no quería construir una historia-marco, sino dejar hablar los personajes y que fueran ellos quienes escribieran la historia.
Lo que a mí me interesaba y que hilvana con los autores que antes mencioné, aunque no quiera ni pueda compararme con ninguno de ellos, es que los personajes se definieran por sí solos a través de sus hechos y de sus palabras. Quiero que las posibles connotaciones que puedan derivarse de la pregunta acerca de por qué un personaje se comporta de una determinada manera u otra o acerca de cuáles son las condiciones que llevan al personaje a actuar de esa manera las otorgue y las deduzca el lector o el espectador a partir de los personajes mismos, no porque yo se lo cuente. Una cosa que aprendí de Azcona es que no hay que poner pie a la foto: la foto habla sola, no necesita explicación.
Para este tipo de entendimiento, el lector o el espectador debe tener un sentimiento de empatía que no sé cuan habitual es hoy en día.
Falta completamente el sentimiento de empatía. Hoy día parece que querer a alguien e intentar entenderlo es un gasto, algo que no trae beneficio. En un momento en que todo se mide a partir de los beneficios producidos, el placer por una larga conversación, por el intercambio personal con una persona, queda desvirtuado.
Y en cierta manera, este utilitarismo es el que ha llevado a considerar el arte y la cultura como algo superfluo.
Aquí en España se ha repetido mucho la idea de que esto de ser poeta no tenía sentido y a todo aquel que decía querer dedicarse a la poesía o al arte se le respondía: “a éste le ponía yo a picar piedra para que viera qué es ganarse el pan con el sudor de la frente”. Esta idea se ha repetido demasiado y en parte se sigue repitiendo, sin darse cuenta de que sin sudar también se trabaja. La creación requiere trabajo, es un trabajo del intelecto. Respecto de esto se cuenta que en una ocasión la protegida, como diría un industrial, de González Ruano, quien se pasaba los días en el Café Teide le preguntó que hacía tantas horas en aquel local. González Ruano le contestó: “escribo, ¿no lo ves?”, a lo que ella volvió a preguntar: “¿pero vives de esto?” y el escritor no pudo ser más locuaz: “Cómo voy a vivir de esto, si se viviera de escribir escribiríamos todos”
La creación y las actividades intelectuales merecen una remuneración que hoy día no siempre tienen. Y si las tienen, son bastante escasas.
En una ocasión un productor, en busca de un proyecto para producir, me pidió si le podía escribir unos treinta o cuarenta folios para ver si de ahí podía surgir alguna película. Cuando le pedí un adelanto para poder realizar el trabajo que me proponía, la respuesta del productor fue clara: “hombre, por treinta o cuarenta folios, no te voy a pagar nada”. Ante esto, lo que hice fue coger unos cuarenta folios en blanco y dárselos: “aquí tienes cuarenta folios y no te cobro nada”. El grave problema es que el trabajo de creación no sólo no se valora, sino que se desprecia.
Esta es la gran diferencia entre un país como España y un país como Francia, donde se reconoce la importancia de la cultura y se está orgulloso de ella.
En una de las tantas tertulias de la televisión, escuché a uno que dando voces criticaba, literalmente, “a todos estos políticos que eran profesores universitarios y que han vivido de los contribuyentes por no hacer nada”. Si se llega a este desprecio por la universidad que, dicho sea de paso, creo que está francamente mal, ¿cómo no se va a despreciar la creación artística?
No sé si estará de acuerdo, pero ahora por un lado se desprestigia la cultura y por el otro lado se define todo como cultura.
Se confunden términos. La cultura es esta mierda en la que estamos viviendo y otra cosa bien distinta es la producción cultural que, indudablemente, está relacionada con la cultura en tanto que se retroalimenta de ella: la producción cultural produce a partir de la cultura que se tiene a la vez que colabora en beneficio a una cultura más elevada o, como en muchas ocasiones sucede, en beneficio de la porquería de cultura que hoy tenemos. Y por esto es muy grave que hoy en día la universidad esté culturalmente así de mal así como es grave el desprecio que se tiene hacia una institución tan importante.
¿No cree que se tiende, además, a una producción cultural extremadamente homogénea?
Pretender hacer reiterativamente películas como Ocho apellidos vascos porque ésta fue un éxito es un error. Primero porque no significa que las otras vayan también a tener éxito y, segundo, porque debe haber productos culturales distintos para un público variado.
No se debe temer, entonces, a la novedad y a la búsqueda de nuevos modelos.
Hay que rehuir de la repetición de los modelos, pero tampoco buscar la novedad por la novedad. Las novedades formales son relativamente fáciles y, personalmente, no me interesa nada hacer rarezas con la cámara simplemente porque nadie las ha hecho antes. Recuerdo como en una ocasión, en mis años de reportero de televisión, me encargaron ir al cementerio civil, donde iban a sacar los restos de no recuerdo quien, para grabar la exhumación puesto que nunca ninguna cámara de televisión había entrado en un cementerio civil y menos cuando se sacaban los restos de un fallecido. El motivo del reportaje era simplemente que nunca antes se había hecho nada igual. Ante esta propuesta, yo les contesté con otra, tan novedosa o incluso más: ponerme frente a la cámara, presentarme con nombre y apellido, y a continuación romperme los dientes con un guijarro. El argumento de que “nadie lo ha hecho antes” no valida nada, el formalismo por el formalismo es una gilipollez.

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